La voluntad de recordar

“Las historias lo buscan a uno”, dijo William Ospina en el patio del claustro de Santo Domingo al recordar las historias que le contaban sus tíos y tías, abuelos y abuelas cuando era un niño, historias estrechamente conectadas con la geografía y el paisaje, relatos del mundo campesino. Su última novela, Guayacanal, surgió de la necesidad de contar estas historias heredadas de generación en generación, una suerte de homenaje a la narración oral.

En conversación con la politóloga Sandra Borda, Ospina se dispuso a deconstruir los mitos que cimientan el imaginario colombiano: nos han hecho creer que la nuestra es una historia de perpetua guerra, mientras Guayacanal se sitúa en una época dorada de 70 años de paz en la región cafetera. Nos criamos con la noción de contar con 500 años de historia, una postura que “revela una voluntad del olvido” no sólo de las culturas indígenas, sino de nuestra relación con la tierra. Compramos un sueño americano de prosperidad y abundancia que se alimenta de un ciclo infinito de producción y consumo que realmente son los responsables de la violencia hacia el prójimo y la naturaleza del que no logramos salir.

Ospina reflexionó en dirección de las nuevas generaciones, cómo las crisis sociales y medioambientales que confrontamos como humanidad han desembocado en una juventud que no cree en la política, que siente que le están quitando el futuro. Su esperanza reposa en que los hijos reacciones contra lo que les han heredado sus padres. Sin embargo, enunció lapidariamente: “Lo que nos va a obligar a cambiar drásticamente no es el riesgo de la catástrofe sino el recuerdo de la catástrofe”. Sandra Borda se preguntó si su interlocutor será un optimista o un pesimista. “Espero lo mejor, pero me temo lo peor”, concluyó William Ospina, con una lluvia de aplausos.