Richard Ford y su doble aislamiento

Richard Ford ya vivía su propio aislamiento cuando llegó la pandemia. Vive en una casa frente al mar en el estado de Maine a tres horas de Boston donde el distanciamiento es parte de su cotidianidad. ¿En qué podía afectar su vida la covid-19? En este articulo publicado el 27 de marzo de 2020 en El País titulado La vista desde mi ventana el autor estadounidense reconstruye su vida al comienzo de “la plaga” al tiempo que hace una reflexión sobre la sociedad estadounidense.

Ford conversará con Margarita Valencia en el Hay Festival Digital Colombia el viernes a las 18:30 horas (GMT-5).

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Vivo al lado del mar. Quiero decir que vivo justo al borde del mar. Desde la ventana del estudio donde escribo puedo tirar una piedra al agua, y lo hago a menudo. Puedo nadar desnudo delante de mi playa sin que nadie me vea. Podría nadar en dirección al lejano horizonte en pleno invierno —en un último intento por aferrarme a la soledad— y nadie se daría cuenta. Vivo en un lugar dichoso para todas mis necesidades terrenales, incluida, supongo, mi transición a la próxima vida.

En estos tiempos de plaga... No, suena demasiado dramático. En estos tiempos de aislamiento forzoso, la verdad es que la costa de Maine, donde vivo (tres horas al norte de Boston [en el noreste de EE UU]), parece no haberse inmutado, relativamente hablando. Las tiendas están cerradas, y también los restaurantes, los colegios y la YMCA [Asociación Cristiana de Jóvenes]. Pero la “cuarentena”, en sentido figurado, es la manera que tiene Maine de salir adelante. Esto queda muy al norte, de camino a ninguna parte excepto Canadá. El resto de la gente está allí abajo. La distancia social es nuestra idea de una comunidad estrechamente unida. Robert Frost, nuestro poeta favorito, escribió un poema al respecto. Decía: “Las buenas vallas hacen buenos vecinos”.

Marx afirmaba que el dinero es el gran agente de separación. Y puesto que, para los estadounidenses, el dinero significa más que Dios, se podría decir que hemos moldeado todo un país a base de distanciamientos. Cincuenta pequeños ducados rivales a los que llamamos “Estados”, cada uno de ellos celoso de sus prerrogativas y sus rarezas. Una economía fortalecida históricamente mediante la separación de una raza de gente con el fin de esclavizarla para obtener beneficios de ello. Un género entero —no el mío—apartado de sus idénticos derechos. Y un largo etcétera hasta nuestra actual xenofobia al comercio y... sí... a la enfermedad infecciosa. Los estadounidenses entendemos de separación. La tomamos a la hora de comer. Solo que la llamamos nuestro excepcionalismo. “Yo cuidaré de mí; tú cuida de ti”. Esto es lo que algunos piensan que hará a Estados Unidos grande otra vez. Tampoco este es mi caso.

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