“Soy feminista desde que tenía cinco años"

Isabel Allende no tiene miedo a confesar que tiene 78 años como tampoco ha tenido miedo a contar verdades sobre su vida, verdades que pueden ser duras pero que ha preferido reconstruir en Mujeres del alma mía (Ed. Plaza Janes), un libro que puede leerse como si fuera una autobiografía, pero donde también recoge su relación con aspectos como la muerte o el feminismo. “Soy feminista desde que tenía cinco años, así que llevo 73 años de feminismo”, le dijo a Jan Martínez Ahrens, director de El País América.

Todo empezó en la casa de su abuelo materno, al que adoraba. Pero que a su vez representaba todo lo que significaba el Patriarcado. Era la fiel representación de la filosofía patriarcal del que paga manda. Y de esto fue testigo Isabel desde muy pequeña. Su padre había dejado la familia cuando ella tenía tres años. Su madre, que había sido criada para ser madre y esposa, se vio sola en el mundo con tres hijos. No tuvo más opción que regresar a casa de sus padres. Pero tuvo la mala fortuna de que poco tiempo después murió su madre. “La casa quedó en poder de su padre y hermanos. Ella estaba casi en condición de acogida, casi por caridad. Tenía que pagar de alguna manera el hecho de que había desobedecido a su padre y se había casado con el hombre equivocado”.

Reconoce que como respuesta a aquellos años desarrolló el feminismo de hoy. Siempre bajo las reglas de que, si no podía sostenerse, no había feminismo que valiese. Que tenía que trabajar y no quejarse. Y, sobre todo, no pedir nada porque no se lo iban a dar

"¿Qué es un patriarcado? Es una forma de dominación que le da dominio a los hombres, al género masculino, sobre las mujeres y sobre aquellos hombres que no pertenecen al poder. Y, ¿qué es el feminismo? Una posición filosófica y una lucha contra el patriarcado, no contra los hombres porque muchos de ellos no se benefician”, explicaba Isab el quien dejó claro durante la conversación que todavía faltaba mucho para llegar al punto donde hombres y mujeres co-gerencien el mundo.

Ella sabe de qué habla. Como feminista, y como mujer mayor, ha sido testigo de múltiples olas del movimiento, sus retrocesos y sus parálisis. Le fascina, dice, cómo la nueva ola del feminismo ha incorporado decenas de movimientos que quieren sentirse tan integrados como las mujeres. “Me fascina lo que está sucediendo. Lo observo con curiosidad y alegría. Pero en lo personal me cuesta”, cuenta. Y pone el ejemplo de su nieta, que hace parte de la generación que quiere excluir lo binario de su vida. “Me ha pedido que cambie los pronombres. Así que cuando viene con sus amigos a mi casa yo tengo que preguntar a cada uno cuál es su pronombre preferido. Tengo que acordarme y, en inglés, tratar de hablar ese idioma raro, que es como un latín antiguo”, confiesa con el orgullo de abuela que intenta adaptarse a los nuevos tiempos.

La conversación también gira hacía la muerte y hacía la vejez, aunque a ella parece que no le pasaran los años. No solo en lo físico, sino en su espíritu. Este pasado ocho de enero, como todos los ochos de enero, comenzó un nuevo libro que se sumará a los 26 que ha publicado en su vida.

“Yo no considero que tengo carrera literaria. Pregúntale a cualquier mujer de mi generación o de mi hija y es difícil que te digan que tenían un plan de vida, uno no planeaba la vida como una carrera. La palabra ambición para una mujer era un insulto. Lo que pasó es que escribí por casualidad una novela llamada Casa de los espíritus que por un absoluto golpe de suerte pegó en Europa y en cosa de un mes la vendieron a muchas lenguas. Eso cementó el camino a los libros que vinieron después”. Parte del hecho de haber seguido escribiendo se lo debe a la disciplina que le ensenó su abuela, pero aun así reconoce que ha tenido mucha suerte.

Todas estas reflexiones las hace en un momento donde más que nunca intenta vivir el día como si fuera el último. “Visualizo el futuro como calendario al que le voy arrancando hoja cada día. Y van quedando menos. La muerte a la vuelta de la esquina le da al presente un brillo extraordinario”. Deja también en claro que no le teme a la muerte aunque reflexiona mucho sobre la vejez.

“Vivimos en una cultura enfocada hacia el éxito, la belleza, la juventud y el dinero, por supuesto. Y los viejos son un problema porque la gente vive más, y pasan los años pobres abandonados. Los últimos años de cualquier persona son los más pobres y más solos.... Hay que cambiar esto, y para cambiarlo hay que admitir que los viejos existen, hay que saber qué quieren. Pregúntenme a mi, a nosotros”.