'Cumbiana' detrás de cámaras

Cuando doblé la esquina de la librería Ábaco me encontré a Carlos Vives. Iba de blanco, con brazaletes metálicos en las muñecas y tenis de plata luminiscente. Siempre joven. Lo rodeaban cuatro cantantes que intercalaban tandas de rap con los coros de sus canciones, sus caras tan hinchadas de emoción que casi rompían los tapabocas. Vives los escuchó desde el umbral de la entrada al Centro de la Cooperación Española, a unos pasos de la Plaza Santo Domingo. Su agente de medios, su estilista, su productor audiovisual y su esposa y manager ya habían entrado.

Cuando terminaron la canción escuché a Vives preguntarle el nombre a uno de los jóvenes. Lo vi medio reconocerlo cuando le respondió. Parecía que ya habían hablado. Después de tomarse unos selfies, Vives les dijo que esperaran ahí, que él se encargaría de todo.

Adentro lo esperaba un arsenal de cámaras donde había veinticinco personas incluyendo al ‘Hombre Caimán’ que se arrastraba por el set de vez en cuando para ambientar el evento con las leyendas del río Magdalena. El Hay Ensamble, con el heredero de la cumbia Yeison Landero en el acordeón y una banda de once intérpretes, estaba listo para tocar en el patio del antiguo edificio. Arriba la luna llena. Luego de escasos preparativos, instrucciones y afanes de última hora empezó la conversación del Hay Festival Digital Cartagena entre Vives y Juan Gossaín, una tertulia musical donde se habló con imaginación sobre el origen de la cumbia y se narró la leyenda de la nación anfibia. En esta fantasía, Gossaín era el capitán de un barco, La Caracola, llamada así en memoria de una embarcación en la que el escritor y periodista navegó por el rio Magdalena contando su historia hace varias décadas.

La veleta que marcó el rumbo de la conversación en todo momento fue la cumbia, sus orígenes multiétnicos, sus influencias, desde el jazz americano que bajó en barco de vapor de New Orleans hasta el soukouss, que desembarcó del Congo en los años setenta. Esa es la historia que Vives y el historiador Guillermo Barreto narran en Cumbiana, relatos de un mundo perdido (Ed. Planeta, 2020). La noche estaba cargada de nostalgia, no solo por aquel mundo ido del que surgió la Cumbia, un paisaje que va de las orillas del río San Jorge a la Alta Guajira, sino porque es la primera vez en dieciséis años que los eventos del Hay Festival se hacen virtualmente.

El espacio físico estaba lleno de equipos. Donde se suele sentar el público había una carpa con docenas de pantallas donde alternaban Vives y Gossaín. Además, había técnicos para transmitir a Facebook, a Instagram, a la web, a la televisión, en fin, lo que pasaba allí viajaba en ondas a los computadores, los ipads, los teléfonos y los televisores en todas partes del mundo.

El escenario del Hay Festival, siempre un refugio de la conversación provocadora, de las risas, los aplausos y los murmullos se había convertido en la cocina de la virtualidad. Por suerte, la energía de Carlos Vives es la misma con o sin público. Y cuando ya la charla se había comido media hora más de lo planeado, un arrebato de espontaneidad obligó a los camarógrafos a seguirlo fuera del set, donde estaban los jóvenes músicos que se había encontrado antes en la calle. Hubo una confusión y Vives terminó fuera de cámara, dejando a los intrépidos cantantes en pleno set, apoyados por el Hay Ensamble. Y ese gesto de humildad y solidaridad de Carlos Vives, en complicidad con el festival, valió tanto como las palabras que se dijeron él y Juan, o por lo menos eso nos pareció a quienes lo vimos detrás de cámaras.