Desmontando el valor de la meritocracia

Moisés Naím puso el dedo en la llaga al introducir a Michael Sandel. Aseguró que su fama y su éxito como uno los profesores más populares de la universidad de Harvard provenía de hacer preguntas difíciles. La última de ellas: ¿Es la meritocracia una tiranía? Premisa de la que surge su último libro La tiranía del merito (Ed. Debate).

“En un principio la meritocracia es algo bueno en nuestras vidas. Si estamos enfermos y tenemos que hacernos una cirugía, queremos que lo haga alguien bueno”, comienza explicando Sandel para luego meterse en terrenos más complicados en los que deconstruye con argumentos por qué cree que nuestras sociedades no siguen los valores de la meritocracia que proclaman y, por el contrario, cómo el sistema de méritos puede llevarnos a la desigualdad. “No sugiero que sea la fuente de la desigualdad, pero si llama a la desigualdad”. Y explica.

“Si las oportunidades son iguales, los ganadores merecen ser ganadores. Pero en la mayoría de sociedades las oportunidades no son las mismas. Habría que tener las mismas oportunidades en educación, acceso a la universidad en acceso a trabajo”, esboza Sandel para luego argumentar que hay una gran brecha entre las ideas sobre los méritos que se promueven y la realidad. Y de allí surge una gran rabia, una gran frustración.

La meritocracia, dice, lleva a dividir a la sociedad en ganadores y perdedores. “Y eso no está bien”, sentencia. Pone como ejemplo las universidad, quienes acceden son los ganadores. Pero él es un gran critico de la educación superior. Una ironía porque él ha hecho su carrera en el mundo universitario. “Que vaya más gente a la universidad es bueno y en especial aquellos para quienes es mas difícil. Entonces, ¿por qué soy critico?” Pone como ejemplo la universidades del Ivy League en Estados Unidos, entre ellos su universidad Harvard, que tiene un sistema de ayudas financieras para apoyar a aquellos que ingresan y que no pueden pagarlo. Aun así la mayoría de los que acceden pertenecen al circulo de los privilegiados, de familias con dinero. “Esto sucede básicamente por la sociedad jerárquica”, dice. Lo explica así: todos pueden competir libremente. Hasta ahí bien. ¿Pero quienes tienen las mayores opciones? Quienes se han preparado mejor, quienes tienen mejores credenciales. ¿Quiénes con ellos? Pues aquellos que vienen de familias privilegiadas que han invertido en la educación de sus hijos desde pequeños en idiomas, clases particulares, intercambios en el exterior…

Incluso ha llegado a plantear que el acceso a la universidad se haga por sorteo. Se hace una primera selección y a partir de allí se hace una lotería. “Estoy seguro que el nivel de mi clase seguiría siendo igual de alta que ahora”, dice. Aunque también reconoce que sabe que esto posiblemente no va a pasar.

La razón: las universidades quieren perpetuar su prestigio y, siguiendo el modelo actual, pueden predecir de antemano que esos 2.000 alumnos que admiten tienen las opciones para acceder a altos cargos, a posiciones de poder. “Esto es equivocado, no porque yo no tenga grandes estudiantes, sino porque a los 18 años es muy difícil predecir que esa persona será la mejor”. En algún momento de la conversación Sandel asegura que este sistema de selección también ayudará a demostrar que ser ganador en la vida también está relacionado con la suerte. Esto le quita presión a las personas, no debe sentirse frustrada por no haber alcanzado lo más alto.

“Apreciar el papel de la suerte nos puede llevar a tener un sentido de la humildad y de contención en la vida”, dice Sandel que cree que la humildad nos podría llevar a todos a sentir que tenemos más responsabilidad por aquellos que no tuvieron éxito. A ser más generosos en nuestra vida pública.