“No acepto que la violencia se purifique por medio de la ideología y la rectitud moral”

Viajar es una búsqueda placentera. Uno suele viajar con el propósito de conseguir algo. Pero cuando se trata de la necesidad urgente de recuperar aquello sin lo cual no puedes vivir, el viaje se vuelve una experiencia menos alegre y más intensa. Algunas búsquedas están llenas de significado y se convierten en obsesiones.

No digáis que no tenemos nada, de la canadiense Madeleine Thien, narra el gran viaje a China que emprende una joven, guiada por un libro misterioso e inacabado, “The Book of Records”, lleno de historias de hombres y mujeres que lucharon por ser ellos mismos en un mundo donde tener tus propios sueños estaba prohibido.

La novela, finalista del Man Booker Prize y galardonada con el Scotiabank Giller Prize y el Governor General’s Literary Award for Fiction, insiste en el hecho de que, en teoría, la vida y la sociedad pueden empezar de cero tras una revolución. Pero a medida que lees descubres que, en realidad, estos esfuerzos son interminables, puesto que lo nuevo viene de lo viejo y lo viejo vuelve a aparecer de lo nuevo, como afirma en la novela.

¿La palabra “revolución” tiene algún significado especial o positivo para usted?

En inglés tenemos dos definiciones que son fascinantemente opuestas:

  • el derrocamiento forzado de un gobierno o sistema, una insurrección; y,

  • el movimiento de un objeto alrededor de otro, una rotación.

En chino, la palabra ?? fan shen se utilizaba a menudo para hacer referencia a la revolución, y significa “dar la vuelta a algo” o alzarse y ser el dueño de tu propio destino, emanciparte. Mao Zedong escribió la conocida frase de “El poder viene del cañón de un arma” y “Hacer la revolución no es ofrecer un banquete, ni escribir una obra, ni pintar un cuadro o hacer un bordado; no puede ser tan elegante, tan pausada y fina, tan apacible, amable, cortés, moderada y magnánima. Una revolución es una insurrección, es un acto de violencia mediante el cual una clase derroca a otra”. Mao estuvo en el poder 27 años y durante este periodo alrededor de 60 millones de ciudadanos chinos murieron como consecuencia directa de sus campañas y medidas políticas. Me resulta difícil confiar en la palabra “revolución”. No acepto que la violencia se purifique por medio de la ideología y la rectitud moral.

Muchos de sus personajes son poetas, intelectuales o buenos músicos perseguidos por el Partido. ¿Cree que los mundos ideales que el arte crea son más valiosos para el individuo que para una revolución?

Más bien es al contrario. Las contradicciones del arte, el desorden, el quedarse corto, el collage y el contrapunto de ideas, la subjetividad de las respuestas, todo ello es el poder del arte. Cada respuesta engendra una pregunta, cada pregunta puede derivar en otras formas de ver.

Tanta confusión fue resultado del ideal del cambio. Los campesinos necesitaron convertirse en obreros, los hijos y hermanos en soldados, etc. Tanta arbitrariedad e improvisación que tuvo que ser legitimada a través de la cultura. El arte se volvió una forma de opresión y cualquiera con vocación artística tenía que elegir entre ser un traidor ante el Partido o engañarse a sí mismo. ¿El arte bueno puede ser ideológico?

Creo que sería muy complicado que el arte duradero fuera ideológico, sobre todo si la ideología fuera la fuerza principal que lo impulsara.

No estoy segura de que si la tragedia de la Revolución Cultural en China surgió de este “ideal del cambio”. Creo que fue resultado del poder, sobre todo del intento de Mao de permanecer en el poder por medio de una revolución permanente. En esos años nadie podía ser lo suficientemente puro para el Partido, pues la Revolución Cultural nunca trató de aquello que pretendía ser —la justicia social— sino de la lealtad a Mao y de la purga de los disidentes. Fue una tragedia humana de proporciones casi inimaginables.

La historia es como una marca en el cuerpo de una nación. Es indeleble, pero se puede revisar, alterar, corregir, limpiar y finalmente olvidar. Sin embargo, la mayoría de los personajes de su novela son incapaces de olvidar. Sus tragedias acaban siendo lo único que importa en sus vidas. Salvo para los estudiantes que protestaron en Tiananmén en 1989: “Sin recuerdos, son libres”. Por eso los movimientos estudiantiles tienen tanta fuerza y energía, pero es por eso también que, a veces, son tan efímeros. ¿Está usted de acuerdo?

No estoy de acuerdo con que sus tragedias sean lo único que importa en sus vidas; de hecho, creo justo lo contrario. Sparrow, Zhuli y Kai intentan averiguar cómo crear música, y cómo la música clásica que adoran suscita varias formas de pensar y de existir. Las contradicciones y complejidades de sus mundos privados chocan con el momento político que les ha tocado vivir.

Uno de los personajes, Ling, se da cuenta de que los estudiantes de 1989 se acuerdan menos de las campañas políticas y purgas de los años 50 y 60, y por lo tanto son más atrevidos, más libres. Pero aquí también hay una contradicción, porque estos estudiantes citan las palabras de Mao y entonan las mismas canciones revolucionarias de las generaciones anteriores. Quieren que sus palabras conduzcan a otro tipo de cambio social. Lejos de ser efímeras, las seis semanas de protestas en 1989 reunieron en la Plaza de Tiananmén hasta a un millón de ciudadanos chinos —de diferentes edades y contextos políticos— y desencadenaron una ola de protestas y movimientos por Europa que cambió nuestro panorama político para siempre.

Los debates de los estudiantes, trabajadores, padres y abuelos en la China de 1989 plasmaban las ideas que han estado presentes en la política del país a lo largo del siglo XX, ideas que aún hoy ejercen una poderosa influencia, tal y como vemos en la Carta 08 y en la actitud de China hacia su Premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, que falleció en la cárcel hace un poco más de año.

En la antigua Grecia los poemas épicos eran para la gente un consuelo frente al destino. Su novela ha sido calificada como “épica flexible”. Las vidas de los personajes se magnifican a través de la literatura, las causas de su desmoronamiento se denuncian una y otra vez. ¿Escribirla le ayudó de alguna forma a curarse? Entre otras cosas, ¿tenía intención de ayudar a la gente a curarse?

No, pienso que mis intereses tenían un origen distinto y espero que mi novela sea todavía más compleja. La estructura de No digáis que no tenemos nada se la debo a las Variaciones Goldberg de J.S. Bach, el comenzar con un motivo aparentemente sencillo para dar lugar a formas y estructuras cada vez más complejas. La novela es también sobre la Plaza de Tiananmén, considerada el “punto cero” —el punto del que depende el resto— por los arquitectos chinos que rediseñaron la plaza a comienzos de los 50. El punto cero de la novela son las manifestaciones de 1989 en Tiananmén, el momento que sirve de conexión para los otros momentos, hacia delante y hacia atrás en el tiempo.

La vida y la experiencia en China es tremenda. Como en todas partes, la gente quiere vivir su vida y criar a sus hijos en un entorno relativamente seguro y próspero. Entre las pancartas que llevaban los protestantes de 1989 había una que resonaba entonces y resuena ahora: “No somos muchedumbre. Somos miembros civilizados de la sociedad”. A pesar de soportar 60 millones de muertes durante las campañas de Mao, la gente no creía que el gobierno fuera capaz de poner al ejército y los tanques en contra de su propio pueblo. Una y otra vez nace la fe en tiempos mejores, y es incansable. La gente corre grandes riesgos con la esperanza de crear una sociedad más justa; creo que es totalmente distinto al “consuelo frente al destino”.

Escucha el conversatorio de Madeleine Thien con Philippe Sands en el Hay Festival Cartagena de Indias 2019