Cita para alquimistas

El primer festival literario que se cruzó en mi vida fue en Vancouver, Canadá, hace ya algunos años. Casi no podía dar crédito a mis ojos. Los autores se anunciaban en las paradas de autobús y en los frontales de los teatros como si fueran grandes divas de la ópera, y en las taquillas de todas las salas de la ciudad se arremolinaban los lectores haciendo interminables colas para escuchar a su escritor favorito.

“¿Y por qué no?”, pensé al final de aquella jornada.

En España llevamos años haciendo esfuerzos –públicos y privados- por acercar la cultura a los ciudadanos. El saber debe estar al alcance de todos, y de hecho lo está, a través de la red bibliotecas y de un número creciente de presentaciones de libros.

Pero un festival es otra cosa.

Es una fiesta en la que se celebra ese acto mágico, absolutamente sobrenatural, de sacar “de la nada” una historia que nos conmueve y estimula. Hablar de los ritos y abracadabras más o menos secretos que rondan semejante actividad y poder acercarte a los hierofantes (y hierofantas, por supuesto) que la practican, es un privilegio que debe ponerse en valor y dotarlo de una puesta en escena a su altura.

Pagué a gusto en Vancouver por aquel hallazgo. Recibí muchísimo más de lo que di. Allí mis viles monedas se transmutaron en el oro de la emoción lectora. Escuchar a mis autores favoritos leer un fragmento de sus obras y susurrarme al oído cómo las urdieron, fue un acto de alquimia suprema.

Ya no he dejado de practicar ese ritual.

¿Y tú?