Del Pacífico al mar del Norte

Una mujer joven deja todo en una gran ciudad y se muda a vivir a un poblado pequeño, junto al mar, en busca de su destino. Quienes me han leído dirían que me refiero a mi libro Aguas de estuario (Laguna libros, 2020). En inglés, Tidal Waters (Charco Press, 2024). Pero no, es la descripción de El estado del mar (Libros del Asteroide, 2023) de Tabitha Lasley, mi pareja Hay Festival, con quien me encontraría en Cartagena y luego en Gales, en el marco del Hay Festival.

Ella no pudo llegar a nuestra ciudad a orillas del Caribe, pero yo me alisto ya para verla en Hay-on-Wye, con la ilusión de que nos develemos los secretos de nuestros libros que tanto tienen en común, a pesar de haberse escrito en lugares tan distantes, por dos mujeres que ni siquiera compartimos la lengua nativa.

Ambos libros son autobiográficos, ambas somos o hemos sido periodistas. Y aunque Londres y Medellín tienen poco en común, compartieron en nuestras vidas, o al menos en las vidas nuestras que están en nuestros libros, ser ciudades que nos dieron el suficiente hastío para decidir dejarlo todo y cambiarlo todo, especialmente la ciudad. Yo regresé a mi Pacífico natal, a donde volvía cada año, pero, aun así, ya la vida cotidiana me era desconocida. Yo no tenía idea de lo que pasaría conmigo en Bahía Solano, aunque la presencia de mi familia y estar en la casa de mi padre me libraba un poco de la incertidumbre. Tabitha se fue a Aberdeen, Escocia, a orillas del mar del Norte, creyendo saber lo que buscaba. Escribiría un libro sobre las plataformas petrolíferas y la vida de los hombres que trabajan en ellas. Las dos, sin embargo, terminamos descubriendo una vida completamente nueva, en la que emergieron asuntos sobre el deseo femenino, sobre la opresión en los territorios que habitábamos, sobre el ejercicio mismo de la escritura, o del periodismo, en su caso. Y esa es, a mi juicio, uno de los mayores valores de ambos libros. En mis cartas y en cada capítulo del relato de ella, estos descubrimientos tan íntimos, van quedando en evidencia con la misma naturalidad con la que ocurren en la vida. Solo fluyen, como el agua que atraviesa cada párrafo.

El estado del mar nos lleva, además, a las profundidades de los comportamientos masculinos ante la presencia de una mujer en un territorio diseñado exclusivamente para ellos. Los desarma, los confronta, quizá porque ella misma está desarmándose y confrontando sus formas de amar, de investigar, de vivir. Nos muestra también con crudeza, pero igual fluidez, los verdaderos intereses y los manejos turbios de las grandes compañías petroleras, así como lo que ha habido detrás de enormes derrames de crudo.

En la superficie son hechos muy distintos. Las aguas son diferentes. En mi libro se siente el calor del trópico, la humedad de la selva. En el de Tabitha reina el frío. En lo profundo comparten la transparencia. Son historias traslucidas y, quizá por eso, se logra ver la conexión entre ambas y a su vez, se conectan con nuestros lectores. Porque aquello que en literatura llamamos universalidad, está asociado al reflejo, a la capacidad que tiene una historia de devolvernos la propia. Es así como descubrimos que una mujer, en el mar del Norte o el Pacífico, que busca su destino, es todas nosotras explorando su cuerpo, sus pasiones, sus deseos; descubriendo sus miedos, las mentiras que se ha dicho y le ha dicho al mundo. Y, con suerte, será también la que encuentre su verdadero propósito, o siga viviendo sin rumbo.