Atardecer entre poetas

Entre palmeras y hojas que quieren comerse los árboles, catorce poetas de todo el mundo tienen al público suspendido. Sus recitales son un ventilador en esta hora de la tarde soporífica, de tiempo extendido en hamaca. Parece la selva aquí dentro, en el patio de un edificio colonial y colosal, donde solo existe el canto de las chicharras. Insectos son los poetas: ¿dónde viven? ¿qué hacen cuando no están picando? No tenemos idea. Quizá con las moscas, que también son columna que sostiene el mundo.

Por fin se acostó el sol. Mónica Ojeda, la novena en leer, recuerda una noche de insomnio que le dio palabras para un poema. Habla de Dios, de un bosque y una mandíbula de leche. Ahora lee Lee Maracle, una indígena de Canadá que probablemente conoce bien los bosques. Entra la noche oxigenada por sonidos extraños que despiertan la vida, la sacuden con una caricia o un aguijón. Termina Valter Hugo Mae, un bicho mitad de Angola mitad de Portugal que me da la razón cuando por fin se destapa: "Yo soy una pequeña mariposa de sangre".

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