La perra y la oscuridad del pacífico

Después de vivir nueve años en la selva del Pacífico colombiano, Pilar Quintana (Cali, 1972) reconstruye la soledad de Damaris, una mujer de cuarenta años, piel negra y esperanzas rotas. La protagonista lleva una vida sencilla en un caserío de pescadores en el Pacífico colombiano, un lugar deslumbrante sin lugar a dudas pero que la autora recrea en su aspecto más sombrío, el de su aislamiento. La vida allá no conoce más alternativas que la selva y el mar. Es un entorno difícil, especialmente para una mujer que se aproxima a los cuarenta y no ha podido tener un hijo. Entonces aparece una perrita, o “La perra”, con la que se encariña. Y que también le da el nombre a esta novela con la que Pilar Quintana salió ganadora de la cuarta edición del Premio de biblioteca de narrativa colombiano que fue entregado el miércoles 23 de febrero en marco del Hay Festival Medellín.

La perra (Penguin Random House) es una novela sobre la maternidad, o sobre el rompimiento de los vínculos afectivos o sobre la relación del hombre con la naturaleza. ¿Cómo se las arregló para construir tantos dramas, y todos sobre un mismo personaje, en solo noventa y nueve páginas?

Era un reto porque la premisa de la historia era cómo alguien bueno llega a cometer un acto terrible. Entonces como escritora tenía que darle motivaciones a ese personaje para que fuera capaz de una atrocidad. Tuve que escudriñar su pasado para encontrar una culpa muy grande que la había marcado y que determinaba el resto de su vida. Tenía que darle también una frustración muy grande: una mujer que quería tener hijos pero no había podido. Creo que esas dimensiones hizo que la historia, aunque sencilla y pequeña, tuviera otras aristas y otras historias que son narradas por debajo.


¿No tuviste la tentación de describir con exactitud y profusión de detalles esa selva que tan bien llegaste a conocer?

Sí. Yo la escribí en Bogotá un año y medio después de dejar la selva. Siento muchísima nostalgia del Pacífico. Quería volver a sentirme allá y hacer que las personas que leyeran la historia, y nunca hubieran estado en el Pacífico, sintieran la luz, el frío y la lluvia. Me esforcé muchísimo para que la atmósfera fuera muy importante. Es determinante.


La voz narrativa sigue tan de cerca a Damaris que el lector se funde en su mundo y, casi sin darse cuenta, termina por habitar en esa escasez de medios. ¿La pobreza es la gran encrucijada de la protagonista?

Yo diría que la pobreza sumada al abandono. La vida en un lugar absolutamente aislado hace que ella no tenga alternativas. Uno de los debates más grandes que tuve conmigo misma al escribir la novela era quién iba a ser el narrador: si Damaris que es una mujer negra, o una voz externa. Yo elegí al narrador externo para poder hacerla a ella una negra. No me sentía con la autoridad para hacer una voz negra en primera persona porque no soy negra y porque me parecía un reto impresionante. Pero sí podía ser la observadora de la vida de una persona nativa del Pacífico colombiano que naciera en la pobreza, aislada, abandonada y que no tuviera posibilidades, solamente las que le da el medio natural.


El machismo, la locura, la amenaza del suicidio y el asesinato dan lugar a muy pocos momentos de felicidad exaltada. ¿Así es la vida allá?

Yo no creo. Creo que en el Pacífico hay de todo. El Pacífico es el lugar más dramático que yo conocí. Llovía muchísimo pero de vez en cuando salía un sol luminoso. Cuando uno se levantaba, el mar podía estar tranquilo y verde, u oscuro y agitado, o azul, porque es de todos los colores. Alguna vez les pregunté a unos niños pequeños que se estaban aprendiendo los colores de qué color es el mar, y uno me respondió que de todos los colores, porque ellos no tienen la noción de que el mar es solo azul. Yo hice un retrato muy oscuro del Pacífico colombiano, en cierta manera un retrato también realista, pero quizá de la parte más oscura del Pacífico. Eso no es culpa de la realidad sino mía, porque elijo tener esa mirada sobre la realidad.


El instinto de maternidad y de paternidad parece el único aliento a la existencia en ese lugar. Sobre todo en esas circunstancias la infertilidad parece una verdadera maldición. ¿Lo es?

De verdad que no sé. Para mi personaje sí es una maldición porque ella auténticamente quería tener hijos. De los treinta a los cuarenta yo no experimenté ese deseo en lo más mínimo. Después de que cumplí cuarenta empecé a experimentarlo y fue una fuerza brutal de la naturaleza que arrastró con todo. Ahorita que tengo un hijo chiquito lo miro y digo: esto era un deseo instintivo, no era racional. Ese elemento se lo dí a Damaris un poco por el deseo que yo sentí de ser madre pero también al ver muchas amigas mías que tenían ese deseo y no pudieron cumplirlo. Me gusta explorar en la literatura la animalidad que tenemos y creo que ese deseo de ser madre es uno de los elementos que todavía nos queda. Es un instinto muy fuerte, una animalidad que está muy presente.