Hospitalidad universal

El Hay Festival Querétaro contó este lunes de cierre con la participación de la filósofa española Adela Cortina, una pensadora cuyas ideas se desplazan entre la ética y la política. Conducida por Alexandra Haas, abogada mexicana defensora de los derechos humanos, la charla versó sobre Aporofobia, el rechazo al pobre, el más reciente libro de Cortina, quien a mediados de los noventa creó la palabra para nombrar, hacer visible y, por tanto, combatir un fenómeno que lleva siglos manifestándose, y que en las décadas recientes de ideología neoliberal —aquella que proclama que no hay sociedad sino individuos—, parece haberse agudizado.

Hay estudios que afirman una predisposición del cerebro a rechazar al extraño, al extranjero, lo mismo que al pobre. Aunque por supuesto, no es lo mismo un turista que un migrante. Al primero se lo recibe porque viene a dar algo. El segundo, en cambio, no tiene nada que dar excepto problemas. Y es que el pobre molesta incluso dentro de la familia, precisamente porque en el intercambio de dones que ha caracterizado a la humanidad desde sus orígenes sólo puede aportar su miseria. Aún así, como sabemos, de su disponibilidad para el mercado laboral, de su conversión en mercancía, de su explotación, en suma, depende por completo el sistema en el que vivimos.

Si al pobre se le puede explotar, es precisamente porque no se le reconoce dignidad alguna, porque se le considera un ser inferior. Es esta falta total de reconocimiento la que subyace a la aporofobia —lo mismo que al racismo, a la misoginia, a la homofobia—. De ahí que el primer y más importante paso para combatirla sea considerar al pobre, a esa persona concreta, como un ser humano libre e igual a todos los demás en dignidad y derechos. Un segundo paso es la igualdad de oportunidades. “Lo que se necesita hoy —afirmó Cortina— es un Estado social de derecho muy serio, que actúe firmemente en la educación, en la salud, en la seguridad de las personas concretas. Las oportunidades tienen que ver con la justicia. Todos tenemos derecho a no ser pobres. La sociedad juega un papel fundamental en ese sentido”. Y así como hay predisposición humana a rechazar al otro o al que no puede dar, también la hay a la simpatía, a la compasión, a la caridad, a la solidaridad, es decir, a todos aquellos actos que reivindican lo social por encima de lo individual. El cerebro es plástico y se puede moldear. Somos libres de elegir lo que queremos cultivar.

Si pretendemos vivir, como lo plantea Cortina, en una sociedad cosmopolita, es necesario considerar de verdad a todos los seres humanos —y quizás también a los animales— como ciudadanos del mundo, con los mismos derechos y obligaciones. El horizonte hacia el que hay que caminar, guiados por medios jurídicos, morales, económicos, culturales, es el de la hospitalidad universal. De lo contrario, la brecha entre unos y otros seguirá creciendo y, con ella, la desigualdad, la pobreza y las reprobables conductas de rechazo que genera, haciendo imposible la convivencia entre seres humanos.