Las batallas de Pérez-Reverte

Lo ha contado antes. Arturo Pérez-Reverte ha cubierto muchas guerras, 18 en total, y ha escrito mucho sobre ellas. Su último libro Línea de Fuego (Alfaguara) no es la excepción. Se introduce a las trincheras de la Guerra Civil española sin importar el bando, la ideología. Quiere descubrir lo que une y lo que diferencia a los cientos de miles de hombres que se dejan la vida en una guerra donde los ganadores, como en casi todas las guerras, son muy pocos y los perdedores, casi todos. No habla de estrategia, no habla de generales ni los banqueros, sino de esos españoles que lo sacrificaron todo. Hombres que al mismo tiempo son héroes y villanos, cobardes y valientes…

“Quería invitar a los lectores a que vieran como combatían sus abuelos, sus tíos abuelos. A que conocieran la vida en las trincheras”, le explica Arturo Pérez Reverte al escritor colombiano Juan Carlos Botero. Lo hace, confiesa, porque aquellos que pelearon la guerra – “la Guerra Civil fue una carnicería- no hablan de ello. Como no lo hablaba su padre. Y no lo hacían, en parte, porque querían sacar adelante la reconciliación. Porque se consideraban españoles. “España se reconcilió porque los vencidos quisieron hacerlo…Cuando lo escribí estaba tremendamente conmovido”, dijo.

Pero todo lo ganado se está perdiendo. “Por la clase política”, agregó Pérez-Reverte que durante la hora de conversación dejó en evidencia varias de sus batallas. La más importante, tal vez, es contra de los políticos españoles, a quienes acusa de estar rompiendo el país, de avivar el lenguaje de la división para hacerse con una pequeña parcela de poder. “Quieren dividir España con la dialéctica de buenos y malos. Son una gentuza que busca dinamitar una reconciliación que ya estaba hecha”, sentenció.

Pero había otra batalla. Contra aquellos, especialmente aquellas, que según su argumento quieren destruir el lenguaje. “He sido intransigente hacía el lenguaje políticamente correcto, y hay una parte del feminismo que no me lo perdona”, dijo Pérez-Reverte quien también es miembro de la Real Academia de la Lengua. Ellas lo llaman machista por oponerse a términos de inclusión de género, pero también por su narrativa marcada por las guerras, por su dureza.

“Rechazo la lengua como instrumento político feminista”, dijo. Su argumento contra cierto grupo de feministas se basa en que se gana la vida escribiendo y el lenguaje es su instrumento de trabajo. Necesita que sea una lengua limpia, directa.

A continuación, se extendió largamente en el temor que sienten muchos escritores más jóvenes a la hora de escoger sus temas, sus personajes. No se atreven a contar muchas cosas, algo que él puede hacer porque tiene sus lectores consolidados. “Hay cosas que pueden cambiar, la lengua es evolutiva. Pero lo que no puede ser es un campo de concentración. Esto me parece una infamia y me parece que todos los que trabajan con la lengua deberían revelarse”, concluyó antes de esbozar su última batalla.

Esta vez contra Ernest Hemingway, a quien encuentra magnifico como escritor y desprecia como persona. “No me gustan sus alardes de fanfarrón ni el silencio cómplice en la guerra -civil española- para no beneficiar al enemigo”.