“Sobrevivimos a una campaña masiva de genocidio y nuestros niños crecen para asegurarse de que tendremos lo necesario para seguir adelante”

The Marrow Thieves es la galardonada novela de la escritora indígena Cherie Dimaline. De una trama llena de acción surgen preguntas sobre la colonización moderna. No hacer nada para prevenir la extinción de las culturas indígenas es como chupar el ADN de los grupos étnicos y acabar voluntariamente con ellos, sugiere la autora.

En un planeta devastado por el cambio climático y la contaminación, la sociedad occidental le declara la guerra una vez más a las tribus del Canadá. En esta historia, ni la iglesia católica ni la cultura New Age guardan auténtico respeto por los pueblos indígenas, se trata de una confrontación abierta contra cualquier forma de hurto. Es una novela poética, donde la imaginación aumenta un drama que también existe en la realidad; una declaración que pone al arte y la narración entre los aspectos más valiosos de la humanidad.

The Marrow Thieves fue seleccionado como uno de los mejores libros por la Public Library de Nueva York, ganó el Premio Governor General de literatura juvenil escrita en lengua inglesa en 2017 y el Premio Kirkus en la categoría de literatura para adultos jóvenes.

El mestizaje ha sido una de las fórmulas para la integración de “razas”. A uno de los personajes no lo dejan en paz por ser mestizo. ¿Con el auge del proteccionismo y la popularidad del nacionalismo está resurgiendo el ideal de la pureza racial?

Yo soy miembro de la Nación Metis. Originariamente, éramos mestizos: el producto de relaciones entre los primeros viajeros franceses y las mujeres indígenas. Con los años nos convertimos en una nación culturalmente distinta, con un lenguaje, una gobernanza, un modo de vida y unas ceremonias autóctonas. Fuimos y aún somos considerados mestizos. Siempre hay peligro en definir la identidad dentro de unos parámetros sanguíneos, o un criterio de pureza, como es el caso con las identidades controladas por los gobiernos.

Por ejemplo, cuando el gobierno estaba firmando tratados en lo que luego se convirtió en Canadá, se rehusó a incluir a las tribus “mestizas”, aunque los jefes indígenas de otras tribus pidieron nuestra inclusión. Este no es el modo en que nos identificamos como indígenas, sino un acto de un gobierno foráneo. Da tristeza ver que algunas personas ahora piensan en los términos de todo o nada. Es una de las razones por las que necesitamos un gobierno propio.

En su novela las tribus son el protagonista, son quienes más agonizan, dada la desventaja numérica y la superchería de su enemigo. A ratos uno ve destellos de cierta superioridad moral. ¿Qué puede aprender la sociedad occidental, en términos morales, de las tribus canadienses?

Hay algunos apartes del libro que se relacionan con las enseñanzas de los indígenas para un mundo global. Una es que tenemos conocimientos específicos, sofisticados y profundos sobre las tierras que habitamos. El conocimiento indígena no es solo ceremonial, aunque eso es importante. Desde los primeros días en estas tierras llevamos a cuestas geología, ciencia, conservacionismo, historia, astronomía y biología. Si uno quiere saber cómo salvar el medio ambiente que ocupa, el conocimiento de los pueblos indígenas es su mejor oportunidad. Es matemática –llevamos aquí más tiempo y nuestras filosofías llevan la comprensión de una responsabilidad para con la tierra. Hay otra lección y es el entendimiento de la familia como aquella en la que uno nace y la que uno crea, incluyendo las conexiones que nos permiten ser nuestra mejor versión.

El poder del lenguaje en la historia es extraordinario, tiene una cualidad mágica. Los nombres en su lenguaje original devuelven un sentido de dignidad e identidad, incluso a quienes no tuvieron la oportunidad de aprender la lengua de sus ancestros. ¿Hay entusiasmo de parte de los jóvenes canadienses en aprender lenguas indígenas?

Absolutamente. Canadá, en sociedad con las Iglesias, se robó miles de niños indígenas y los puso en internados donde se llevaron a cabo experimentos nutricionales, donde hubo abuso físico, sexual y emocional desbordado, y donde a los niños se les prohibió hablar nuestras lenguas o practicar nuestra cultura. Este es un hecho documentado que ha pasado por el sistema judicial y ha resultado en muchos informes y libros. El último internado cerró en 1996. Ahora tenemos una población juvenil fuerte, informada y motivada que busca reclamar y revitalizar lo que se llevaron. Sobrevivimos a una campaña masiva y duradera de genocidio y nuestros niños crecen para asegurarse de que tendremos lo necesario para seguir adelante. Y de que nunca olvidaremos.

Una de las soluciones al malestar de las tribus desplazadas está en la tierra. “Cuando sanemos nuestra tierra, sanaremos también”, dice uno de los personajes. Para que exista este tipo de sanación cultural los pueblos indígenas necesitan gobernar sobre amplios territorios una vez más. ¿Cómo se puede reconciliar ese hecho con la idea de un Estado Nación?

Todo se reduce a dos cosas. Una, que debemos ser reconocidos como naciones soberanas y el gobierno de Canadá debe trabajar con nosotros en una relación entre naciones. Esto tiene que ser más que una formalidad. Y dos, necesitamos aliados. Debemos tener una familia –nuestra familia escogida– que nos acompañe. Por ahora somos gente libre sin ningún lugar por el cual movernos en libertad. Todavía podemos darle la vuelta, pero solo si nos unimos.