Instinto animal

Su vida ha sido una mudanza constante. De comunicadora social en la universidad en Cali pasó a libretista de televisión por tres años en Bogotá. Luego volvió a Cali, pero no se aguantó el trabajo de oficina. Escribió una novela sobre una mujer aburrida con la monotonía que decide cerrar su vida en la ciudad e irse de viaje. Pasó por Suramérica, India, Nepal y Australia. En el Amazonas conoció a su marido, quien le propuso comprar un terreno y construir una casa con sus propias manos.

El terreno resultó en el Pacífico y no en el Amazonas. Los primeros siete días no paró de llover y a las dos semanas tuvo que viajar a la ciudad más cercana para abastecerse de veneno. Ahora, en un salón climatizado, en un edificio en la Plaza Santo Domingo de Cartagena, dice que su recuerdo del lugar donde vivió nueve años, es verse parada con el machete frente a la selva para atajarla antes que se metiera a su casa.

Solo después de tener un hijo y salir de la selva entendió que el instinto de maternidad es lo más animal que tiene el hombre, más que el sexo y más que su supuesta armonía con la naturaleza. Aún así ese instinto maternal es un factor de orden y estabilidad. Y es el eje de su cuarta novela, La perra, que escribió casi por nostalgia, tecleando en el celular mientras su bebé dormía la siesta después de tomar teta. Un libro que, como El viejo y el mar Crónica de una muerte anunciada, mantiene la tensión en todo momento.

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