El día que dejemos de crear, nuestro mundo va a estar desierto

La modernidad está signada por la separación, según Hannah Arendt. Es posible que sea cierto y sin embargo, desde hace siglos el ser humano se reúne en torno a un fogón, al amparo de los volcanes, en la densidad arbolada de los bosques o en el marco de festivales, ferias, eventos. Allí se producen conversaciones, nos contamos historias porque pensamos de manera metafórica y, a través del arte y la literatura, muchas veces, conmovidos por gestos estéticos generamos movimientos profundos, cambios políticos, hechos históricos. Es por eso que -en el marco del Hay Festival en Arequipa 2024- la charla con Hari Kunzru, coordinada por Matías Zibell me resultó tan necesaria.

La separación y la fragmentación nos rodean. Para Hari Kunzru los escritores construimos sentido, hacemos visibles cuestiones extremadamente complejas de la realidad. La literatura logra que vislumbremos fragmentos de mundos, de situaciones que no podemos aprehender en su totalidad o con las que no tenemos contacto diariamente y aun así, captamos lo esencial. La experiencia de la lectura (y la escritura) nos enlaza con diversos puntos de vista, con ese diferente de mí con el que puedo empatizar en una historia, incluso con otros seres terráqueos como animales, árboles o insectos. Construir lo nuevo con restos del presente, diría el escritor Ricardo Piglia.

Al escuchar a Hari Kunzru entiendo mejor a Piglia. Con los restos del presente Hari se permite el cuestionamiento y la pregunta ¿por qué nuestra frágil estructura de certezas puede ser derribada de un segundo al otro? Lo escucho, lo pienso y van brotando las distopías. Sus palabras me permiten sumar piezas al rompecabezas infinito de la realidad, piezas con una mirada novedosa sobre temas con los cuales también trabajo. Al escribir distopías exploro motivos por los cuales esa frágil estructura es destruida por los paradigmas en los que creemos y perpetuamos, por los sistemas de opresión que apoyamos o aquellos a los que somos indiferentes porque estamos muy cómodos en nuestras burbujas de privilegios. Trato de entender por qué vivimos en un mundo donde fagocitarse al otro (humano, animal, naturaleza) está aceptado, que avala la violencia estructural, que justifica la cultura de la violación. Como afirmó una de mis artistas favoritas Doris Salcedo (de la cual pude leer su conversatorio en el libro precioso que editaron por los 10 años del Hay Festival Arequipa): “La función principal del arte es nombrar todo aquello que está en la oscuridad, en el punto ciego”. Quizás es eso lo que intentamos hacer con Hari en nuestros libros: nombrar para entender, para empatizar, para despertar a los anestesiados, para unir sentidos.

En estos tiempos de individualismo extremo, donde el sistema nos quiere atomizados, leer y celebrar la cultura, acompañar el grito, detener la exclusión, escuchar y formar parte de conversaciones que enriquecen sea más que importante. Quizás sea algo esencial. El día que dejemos de crear, de incomodar con el arte y los libros, de reflexionar, de tender puentes hacia imaginarios vitales, el día que nos deje de importar qué simboliza la píldora roja en la novela de Hari Kunzru o la grieta (Shibboleth) del Tate Modern de Doris Salcedo, ese día, nuestro mundo va a estar desierto y será un mundo del cual casi ninguno de nosotros querrá formar parte.

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