Lecciones de dos viajeros testigos de otros tiempos

Hace un tiempo, no muchos años atrás, digamos 48 años, Paul Theroux salió de su casa en Dorset, Inglaterra, con el objetivo de llegar al otro lado del mundo de tren en tren. Era 1973, acababa de publicar su quinta novela y no tenía ni idea qué escribiría a continuación. Un momento estresante si la meta impuesta es la de escribir un libro al año, como Theroux lo había hecho, con el fin de vivir de la escritura y nada más. ¿Por qué no viajar?

De Dorset viajaría a Londres, y de allí cruzaría a Europa continental; Paris, Venecia, Zagreb y Bulgaria hasta encontrar el Oriente Express, a bordo del cual pasaría por Turquía, Irán, Afganistán y así, de país en país, hasta llegar al extremo oriente, incluido Vietnam, donde todavía quedaban rezagos de la guerra.

Toda una aventura incluso para los cánones de hoy. Pero aquel era otro mundo, otros tiempos, y los problemas logísticos no eran pocos. No tenía tarjeta de crédito. Solo efectivo, por ejemplo.

Las noticias que tenía de muchos de esos lugares eran vagas. No conocía a nadie que hubiera estado en el Taj Majal o en Afganistán. Turquía era un lugar exótico e Irán todavía era gobernado por el Shah. “En ese tiempo si viajabas traías noticias… El mundo era algo desconocido”, le reitera Theroux a su interlocutor, Jon Lee Anderson, viajero, escritor y cronista como él.

Ambos conversaban sobre literatura de viajes en el Hay Digital Colombia para hacer un homenaje a otro viajero, escritor y gran conversador, Michael Jacobs, que murió hace siete años. Desde entonces, cada año, el Hay Festival y la Fundación Gabo en asociación con la Fundación Michael Jacobs entregan una beca para la escritura de viajes, para escritores que quieran contar el mundo hispanohablante. Un evento que se realiza todos los años en Cartagena.

“El libro de viajes es todo a la vez. Es autobiográfico, es reportaje, implica correr riesgos... No se puede definir”, dijo Theroux, considerado uno de los mejores, si no el mejor, de los escritores de este género.

“Cuando arranqué a viajar, yo quería conocer el mundo original, el mundo que no había sido dominado por la cultura del consumismo”, confiesa Lee Anderson, que recuerda la primera vez que en uno de sus viajes vio a un individuo con una camiseta de Adidas. "Mi momento de shock vino entonces. ¿Por qué alguien querría publicitar una marca?". Había sido uno de esos momentos de epifanía que vaticinan cómo será el futuro. En poco tiempo China empezó a vestir al mundo. "Hasta entonces, recuerda Theroux, la mayoría de los jóvenes a los que enseñé en África llevaban camisas fabricadas con una máquina de coser local".

Ambos trataban de llegar a la raíz de lo que se conoce como crónica viajera o escritura de viajes. “Mi idea, lo que hago para vivir, es tratar de hacer lo mejor que pueda para encontrar la historia que cuente la verdad”, dijo Theroux. Después de ver el asunto desde varias aristas coincidieron en que si se es honesto y se escribe toda la verdad de lo que uno ve, uno casi que está escribiendo profecías, porque el cambio está ahí, latente en el presente.

Para lograr eso el escritor tiene que ser consciente de la condición de testigo, de que no se trata de uno mismo sino de lo que pasa en el exterior. Hay que ver, oír, oler, sentir. Jon Lee Anderson tiene un consejo más, uno que siempre le da a los jóvenes latinoamericanos. Hay que viajar, hay que salir de casa, pero sobre todo dejar el equipaje atrás. Eso significa dejar el bagaje social atrás, dejar atrás la clase y estar abierto a encontrarse con visiones diferentes del mundo.

Alguien del público pregunta: ¿Para que escribir un libro de viajes ahora? "Porque el mundo todavía cambia, y lo hace mucho más rápido que antes" responden los escritores.